Los
perros son felicidad en cuatro patas. Son los animales más fieles que
puede haber. Se acuerdan de tu olor y amor a través de los años como si
solo hubiese pasado un día; Compañeros en la vida que nos otorgan
pequeños pero inolvidables momentos de felicidad y ternura.
A
diferencia de las personas, los perros no terminan por comprender que
la vida se acaba, que hay un final. Su cerebro no puede asimilar la idea
de que ese ser querido ya no se encuentra a su lado, por lo que muchos
canes al morir sus amos, nunca vuelven a ser los mismos otra vez.
Así
paso con Charlie, un pastor alemán de 4 años que al morir su dueño, el
carpintero Jonathan Davidson, se quedó al lado de su tumba. El apego a
su amo era tanto que cavó un hoyo cerca de la lápida para pasar todas
las noches con él. Charlie sólo salía de su nuevo hogar para buscar algo
de comer y hacer sus necesidades.
Cuando
los visitantes del cementerio de Omaha, Nebraska se dieron cuenta que
el can tenía una casa improvisada frente a la tumba de su dueño, no
pudieron aguantar el llanto. Muchos han tratado de llevarse a Charlie
para ofrecerla una mejor vida, con más lujos y amor de los que podría
haber en un panteón, sin embargo, nadie pudo separarlo de aquel lugar.
Con
el tiempo, la gente dejo de intentar llevarse a Charlie, ya que cuando
se lo llevaban, escapaba y regresaba al mismo sitio. Las personas que se
lo intentaron llevar aseguran que la única noche que paso fuera del
cementerio, el perro no paró de ladrar.
Un
perro no tiene memoria para recordar esas ocasiones que fuiste cruel o
indiferente con él, pero siempre recordará esos momentos felices que le
otorgaste. No todas las personas están listas para querer a un perro,
pero cualquier perro está listo para querer a cualquier persona.
¿Conoces más casos como los de Charlie?
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